EL BACA
Gallareta era un Batey como muchos otros propiedad de los Ingenios del gobierno en la región Este del país, en donde la vida era una rutina aprendida a fuerza de necesidad.
Como en todos los bateyes, no había electricidad, ni escuelas, ni dispensarios médicos, y mucho menos hospitales.
Un camino polvoriento. Una bodega. Tres barrancones a ambos lados del camino, y la casa del Mayordomo.
Por igual tenía una pileta de cemento con un molino de vientos, en donde los animales saciaban su sed, y en donde los niños jugaban y se bañaban sin ponerle mucha atención a la triste realidad que les rodeaba, y en donde las haitianas lavaban la ropa, para luego asear sus cuerpos.
Sólo la voz del carretero, arreando sus bueyes, alteraban la quietud de aquello, que más que un poblado, era un cementerio de gente que llevaban consigo la marca de la muerte en sus frentes, sin siquiera notarlo.
Pocas cosas importantes acontecían en Gallareta, siempre sumido en la misma rutina.
Pero eso llegaría a su fin muy pronto, pues corrían rumores de la existencia de un “Bacá”. Una especie de ser diabólico con poderes increíbles, que llenó de inquietud y desasosiego, la vida tranquila de aquel cementerio de hombres y mujeres vivos.
Todos juraban haberlo visto, en algún momento.
Su cuerpo brillante, bañado en algún tipo de aceite o grasa, que usaba para evitar ser capturado por alguien.
Los pobladores lo llamaban Meloguindo Pié.
Sí, ese era su nombre, y todavía nadie podía explicar de dónde había llegado ese individuo a este Batey.
Se tejieron muchas historias sobre él, y se decía que había violado a varias mujeres, y se había robado varios chivos, gallinas, y que hasta había sacrificado varias vacas, para tomarse la sangre y hacer sus ritos satánicos.
Meloguindo Pié, más allá de la fama adquirida, debió ser un hombre con sobrada valentía, pues llegó a la osadía de desafiar a las autoridades y a todos los habitantes del Batey, enviando señales de acciones que llevaría a cabo, con detalles de días, y horas, de cuando llegaría al poblado, a hacer sus fechorías.
Esas noches nadie dormía, a espera de aquel legendario personaje, pero al final, este hacía lo que había predicho, sin que nadie pudiera detenerlo, pues mientras más creían que lo tenían cercado, más fácil se les escurría de las manos.
Eso fue aumentando su fama, y el temor que los pobladores sentían por él, pues nada ni nadie estaba seguro en Gallareta.
Un día, luego de haber perdido a varios de los haitianos que vivían en el Batey, pues estos habían decidido abandonar el poblado, para irse a otros lugares más seguros con sus familias, el Mayordomo llamó a los pobladores a reunirse frente a la Bodega del poblado.
-Levé pisé. Levé pisé gritaba Pancho Rodriguez, mientras tocaba una hoja de lata con un machete.
Este era el diario llamado para que los haitianos se levantaran, e iniciaran el diario ritual para irse al los campos del corte de caña.
Pancho Rodriguez, era el Mayordomo, un hombre de temple fuerte, con carácter de un militar de los tiempos del Dictador Trujillo.
-Esta noche, el Bacá, va a terminar sus andadas, pues a las 10, voy a salir con 2 hombres a buscarlo donde quiera que se encuentre, y no volveré, hasta tanto lo tenga amarrado.
Pancho tenía 3 hijos, los cuales convivían con él, en la casa que le proveía el Ingenio.
Rosa era la mayor, y a falta de su madre, le tocó el trabajo de cuidar de sus 2 hermanos menores.
Ellos, al igual que el resto del Batey, poco podían conciliar el sueño, ante las andadas de Meloguindo Pié, o el Bacá como todos le conocían.
A su temprana edad, eran presas fáciles de este tipo de leyendas.
Rosa llorosa le pedía a su padre que se los llevara a otro pueblo, y este ante sus súplicas, decidió que era el momento de terminar con todo aquello.
A las 10 de la noche exactamente, Gregorio Rodriguez montó su caballo, y acompañado de dos de sus trabajadores, se adentra hacia los cañaverales que rodean el Batey, en busca del bacá.
Pasaron toda la noche en sus afanes, tras los pasos de Meloguindo Pie.
Al despuntar del día, todos los pobladores del Batey dirigieron sus pasos hacia la bodega, a espera de encontrar noticias de lo acontecido con Gregorio y sus acompañantes, la noche anterior.
Luego de unos minutos, lograron ver a Gregorio Rodriguez y sus dos ayudantes en la distancia, dirigiéndose de manera pausada hacia el Batey.
Una cuarta figura se podía ver, pero esta no montaba caballo.
Al llegar al frente de la bodega se detuvieron, y los pobladores pudieron por fin ver la figura del Meloguindo Pié, envuelto en más soga que un andullo.
-Se acabaron los problemas en Gallareta- Dijo Gregorio, observando a todos, desde su caballo.
-El bacá no es tal, y sólo existe en el miedo que crea la ignorancia.
Lentamente Gregorio se dirigió a su casa, y al entrar se fue directamente a la cocina, donde tomó una taza de café recién colado por Rosa, para luego sentarse en la vieja mecedora que tenía en el balcón de madera, concentrando su mirada en el verdor de los cañaverales que bordeaban la vieja casa.
Luis A, Caridad Ceballos
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