viernes, 4 de octubre de 2024

PEDRO Y LAS 100 MONEDAS DE ORO (CUENTO)

                    


                                

PEDRO Y LAS 100 MONEDAS DE ORO

Don Gregorio López era un hombre cauto en todo, especialmente con el

dinero. Algo que no caía bien con sus dos hijos, pues a pesar de que para

ellos su padre tenía mucho dinero, este no era muy espléndido con ellos.


Juan era el mayor de sus dos hijos, y rara vez ayudaba a su padre en el

colmado.


Juan tenía sólo 2 obsesiones en la vida. Los gallos, en los cuales apostaba

cada peso que conseguía, y el deseo de heredar a su padre, para irse a la

ciudad a disfrutar de la vida.


Nunca mostró amor por su padre, y a este le dolía, por lo que sabía que si

le daba la herencia en vida, este la perdería por completo en los gallos.


Por su parte Ernestina sólo tenía mente para sus sueños de un Príncipe

azul que llegaría a su vida en cualquier momento, para irse de aquel

campo que la ahogaba, y no le permitía vivir.


Para Ernestina no habían “partidos” en ese campo, por lo que nunca

perdió la esperanza de que alguien llegaría de la ciudad a rescatarla, y

sacarla de aquel hoyo en donde se ahogaba.


Desde muy temprano Don Gregorio abría la puerta de su colmado, y se

sentaba en su mecedora, oliendo el humo de cigarro que lo acompañaba

todo el día, mientras su perro lo observaba con ojos dilatados, a espera

de que el Don, notara su presencia y le diera algo de comer.


Para Don Gregorio el día transcurría de manera lenta, en un ritual lleno de

monotonía, a la espera de algún cliente que perturbara su conversación

con la soledad.


-Van a ser las doce- Dijo Don Gregorio


Lentamente se paró de su mecedora, y a paso muy despacio, comenzó a

cerrar las dos puertas del colmado, como lo hacía cada día, a esa hora.


Era la hora de su caminata diaria, acompañado por su perro, y su

entrañable amigo, al que veía como un hijo.


Miraba detenidamente hacia el camino como en busca de algo, que

habría de venir, y efectivamente, una figura pequeña se divisaba a lo

lejos, corriendo despavorido, como el que viene corriendo del mismo

Diablo.


Era Pedrito, un mozalbete de 14 años, que cada día acompañaba a Don

Gregorio a dar su caminata, acompañado de su perro fiel. Este era un

ritual que se repetía desde que Pedrito tenía 8 años.


Pedrito era hijo de Graciela y Eusebio, ambos fallecidos, por lo que desde

los 8 años fue criado por su Abuela materna, Doña Teresa, quien se

levantaba y acostaba abrazada de una botella de alcohol, que era más

que un vicio, una necesidad para poder vivir y sobrellevar sus penas.


Pedrito se distinguía por ser muy amoroso. No asistía a la escuela, pues

su abuela Graciela demandaba de su cuidado, y sólo le daba tiempo para

dar su caminata con Don Gregorio, a quien quería como al padre que no

tenía.


Doña Gabriela había sido abandonada por su esposo, quien a los 50 años

decidió llevarse a una muchachita de 20, y desde ese momento, la botella

se convirtió en su compañía obligada.


Don Gregorio, Pedrito y el perro se aventuraron a su caminata diaria,

como cada dia, y al regresar, Don Gregorio abría la puerta del colmado, y

de nuevo se sentaba en su mecedora, mientras Pedrito se sentaba en un

banquito que el Don había construido para él, y con cara ensimismada

escuchaba atentamente cada una de las historias que Don Gregorio le

contaba.


A las seis de la tarde era hora de cerrar, y para Pedrito marcaba el final

de su día con Don Gregorio, pues tenía reluctantemente que regresar a la

casa, en donde nada bueno le esperaba.


Don Gregorio entró a su aposento, y buscó un cofre de madera, el cual

mantenía fuera del alcance de sus dos hijos.


En el cofre había una fotografía que se había tomado con Pedrito y con

su perro, la cual atesoraba, por el amor que sentía por ambos.


También tenía una funda vieja de tela, y en ella guardaba toda su

fortuna: 100 monedas de oro, de la cual sus hijos conocían su existencia,

pero no su ubicación.


Salió sin prisa al patio, con una pala, y poco a poco cavó un hoyo, en el

que enterró su preciado cofre.


-Qué pasaría si mi memoria me falla, y no logro recordar en donde he

escondido el cofre? - Se preguntaba.


-Voy a sembrar un pino encima del hoyo, y lo voy a regar todos los días, y

así podré recordar en donde se encuentra el cofre- Y así lo hizo.


Desde aquel día, y luego de regresar de cada caminata cuando bajaba el

sol, el Don salía al patio con Pedrito, y ambos regaban el pino que el Don

había sembrado en el patio.


-Pedro, -Dijo Don Gregorio a su querido amigo


-Algún día este árbol, y el amor que sientes por mí, van a cambiar tu vida,

cuando menos lo esperes.


Pedro no entendía el significado de lo que Don Gregorio decía, y

continuaba regando el pino, sin preocupación alguna.

Así transcurría el tiempo, entre los resabios de los hijos de Don Gregorio, y

la rutina diaria del Don, su perro, y Pedro.


Una tarde como siempre acostumbraba Pedrito llegó apurado al frente

del Colmado de Don Gregorio, pero esta vez, este no lo estaba esperando.

En cambio vió a sus dos hijos, a quienes preguntó por Don Gregorio.


Lo siento Pedrito, pero Don Gregorio falleció de manera repentina- le dijo

Juan.


Pedro lloró en forma desconsolada por la partida de su amigo, del cual no

pudo siquiera despedirse, y cabizbajo tomó el largo camino de regreso a

su casa.


Esa noche no pudo dormir, pensando en quién cuidaría del perro de Don

Gregorio, y quién regaría su pino, y en todas las vivencias que tuvo junto

a Don Gregorio, y tan pronto amaneció volvió al colmado, para

asegurarse que no se perdiera el entierro de su amigo.


Al llegar al colmado encontró ambas puertas abiertas de par en par, y

parecería como si un huracán hubiera pasado en la noche, pues todos los

estantes estaban en el suelo, y las mercancías habían desaparecido.


Por igual todo el piso estaba lleno de hoyos. Alguien lo había cavado,

como si estuvieran en busca algo.


Juan apareció en la puerta sorprendido de ver a Pedrito, y le dijo:

-Nos vamos a mudar a la ciudad, ya que no tenemos nada que nos ate a

este sitio.


Pedro preguntó- “Puedo quedarme con el perro de Don Gregorio, y de ser

posible con el Pino que sembró en el patio, para cuidarlos y para

recordarlo todos los días?


-Claro. Puedes venir por ambos mañana, luego de que nos vayamos a la

ciudad.


Muy de mañana Pedrito regresó a la casa con una pala, dándose cuenta

de que los hijos de Don Gregorio ya se habían marchado del pueblo, y

encontró al perro de Don atado al pequeño pino que este había sembrado

en el patio.


Soltó al perro, y con mucho cuidado cavó un hoyo alrededor del pino, y lo

extrajo colocando en un tarro que había traído consigo.


Al sacar el pino, Pedrito notó algo brilloso saliendo del hoyo, y para su

sorpresa vió un cofre de madera, el cual abrió, y en su interior encontró

una foto en la que estaba con Don Gregorio y su perro.


Luego vió una vieja funda de tela, y en su interior, pudo observar las 100

monedas de oro, que Don Gregorio había guardado.


Tomó de nuevo la foto, y vió lo que estaba escrito en la parte de atrás:


-El amor y los buenos sentimientos cambiarán tu vida para siempre”


Don Gregorio López

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